Al promocionar su novela Maletes perdudes, el escritor Jordi Puntí ha declarado: “Los adverbios son refugio de cobardes”. Hace unos años, Josep Maria Espinàs se despachó contra los adjetivos por considerarlos casi siempre innecesarios. Dos escritores que admiro, pues, marcan el camino. ¿Qué ocurrirá si, mañana, otro crack de las letras la emprende contra los verbos? Desde que leí a Espinàs, intento contener mi tendencia al adjetivo fácil pero no lo consigo. Es difícil y, por muy de acuerdo que estés con la argumentación de Espinàs, tiendes a rebelarte y a decidir que, si existen, será para utilizarlos, ¿no? Ahora Puntí me complica las cosas. Ya no se trata sólo de ser redundante sino cobarde, una acusación que, por suerte, no se expresa a través de un adjetivo sino, entiendo, de un rotundo sustantivo.
Supongo que Puntí se refiere más al abuso que al uso. En efecto, los adverbios pueden esconder una carga pirotécnica que refuerza más la vanidad del narrador que la efectividad de su relato. Pero cuidado: grandes clásicos de nuestra literatura han practicado el adverbio con cierta alegría. Josep Pla es conocido por, entre otras cosas, soltar adverbios extravagantes. En Pla, que tenía otras virtudes, este ramalazo constituye una anécdota, pero entre los que insisten en imitarle es una plaga (ya lo dijo Picasso: “Bienaventurados mis imitadores porque heredarán mis defectos”). Elijo un artículo de Pla al azar, titulado Vells, incessants records. Primera frase: “És molt possible que Grècia hagi estat el país del solar europeu més ditiràmbicament tractat en el curs dels dies”. Ese “ditiràmbicament”, ¿hay que considerarlo un acto de cobardía? De exhibicionismo, quizá, de no poder resistir la tentación de ponerse estupendo, también. Pero cobardía es una palabra mayor.
Se da la circunstancia de que Pla también es famoso por su uso de los adjetivos. Aplicaba el mismo criterio que con los adverbios: sorprender con calificativos que, en principio, no parecían destinados a según qué sustantivos. Sin embargo, lo esencial de Pla no lo encontraríamos ni en la originalidad de su adjetivación ni en la pirotecnia de sus adverbios y sí, en cambio, en su sentido de la observación, su facilidad para perorar sobre cualquier cuestión, su acierto en la elección de los ritmos e ingredientes descriptivos y una tendencia a la afirmación categórica tan amena como temeraria. Y, como le ocurre a Pla con muchas de las afirmaciones con las que encabezaba sus artículos, todo acaba siendo discutible y, al final, hay tantas excepciones para cada regla que generalizar se convierte en un pasatiempos.
Por suerte, ni Espinàs ni Puntí han llevado sus antipatías respectivas hasta el límite y ambos se permiten utilizar adjetivos y adverbios. Eso sí: sólo los que son estrictamente necesarios, por decirlo con un adverbio y un adjetivo.
© Sergi Pàmies, La Vanguardia, 12 de març del 2010.
dissabte, 13 de març del 2010
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